dimarts, 14 de desembre del 2010

El ruido de los polvorones.

Bolita era el nombre de mi abuela. De hecho, era abuelita, pero un diptongo de difícil dicción infantil hizo que mi hermano y yo la bautizáramos como bolita, y ya está. Se llamaba Sebastiana, de una saga llamada de "los guapos". Y es que era muy hermosa, como mi madre, como mi sobrina, calcada al carbón a mi hermano, mi madre y mi bolita. La conocí de muy niña, siempre sentada en el sillón, que a veces abandonaba con andar relantizado por unas piernas cada vez más pesadas y cargadas, de tiempo, de una vida y de cinco partos de seis niños que le dieron otros tantos nietos, de demasiado movimiento para su salud. Así es como la recuerdo, de negro, con mandil en cintura, de pelo plata recogido en un moño cuidadosamente sujetado a sus horquillas. Era sencilla, de extrema finura y muy leída, para ser plebeya. De voz frágil, como su salud, demasiado, para sus años que no eran tantos.
Por Navidad me encantaba escurrirme en su alacena, un cuartucho angosto y secreto que estaba parapetado entre el comedor y su alcoba, con sendas puertas, de estrechez considerable, pero que alcanzaba almacenar multitud de objetos de desconocida antigüedad, cacharros, un arcón de madera oscura, cajas de lata de distintos tamaños, una lámpara y alimentos despensados y guardados sigilosamente. Aunque el olor entre paredes era dificil de determinar, entre añejo y dulce, entre rancio y seco, no me era extraño, más bien muy familiar. La alacena era la guarida de sus polvorones y turrones. Me gustaba colarme a coger unas de esas delicias enrolladas en papel fino de suave crujir, y al abrirlos, despedían un dulce olorcillo almendrado por la sabrosa arenilla. Lo hacía rauda y veloz, pues aunque el espacio era casi impracticable, al entrar me parecía una cámara de sortilegios, y yo que siempre he sido muy miedosa,  atrapaba los polvorones y como perseguida por espíritus malignos,  apagaba la luz de pajarita blanca en un plis plas.

Se empiezan a ver por estas fechas en mantequerías y ultramarinos lo polvorones de mi bolita. De papel fino y suave crujir. Les echo de menos, porque ya no hay alacena, porque ya no es lo mismo, porque ella ya no está. Feliz Navidad.

dilluns, 6 de desembre del 2010

Ultimatum.

Una sola paraula,
i volaria.
Es trencaria el vidre del cos,
i amb l'escalfor, prendria forma,
i volum
i l'olor del record,
impregnaria l'ara.


Una sola paraula,
i ja no hi haurà fum en la boira,
ni transparència en la presència,
i la res
esdevindrà tot.

Una sola paraula,
i seré,
i seràs.

O que el silenci,
com un tap,
tanqui el fum
dins del vidre,
forever.